Saben, vivimos en un mundo lleno de cosas que nos atemorizan. Está la
situación económica que afecta el país y nuestra región, el desempleo, los
cambios súbitos en la sociedad, enfermedades, guerras, conflictos sociales en
países vecinos (hoy mismo nos levantamos con una nueva crisis internacional
entre Rusia y Ucrania). Y estas son tan solo algunas de las situaciones que
tienen a muchas personas viviendo con los pelos de punta.
Ante estas situaciones que atentan con robarnos la paz, como
cristianos/as, nuestro primer instinto es refugiarnos en nuestra fe en Cristo,
para encontrar alivio a nuestro temor. Muy bien lo dice la Biblia, en el Salmo
91:-12, que: “El que habita al abrigo del
Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso. Yo le digo al Señor: «Tú eres
mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío.»”Hace sentido, ¿verdad?,
Cuando tenemos miedo ante las problemáticas de la vida: nos refugiamos en el
Señor. Pero les pregunto algo, ¿qué hacemos cuando lo que nos produce miedo o
temor es resultado de algo que Dios hace en nuestras vidas? ¿Qué hacemos
entonces? Porque a veces lo que Dios mismo
hace – nos da miedo.
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El pasaje bíblico de Mateo 17:1-9, nos lleva a considerar un momento
glorioso en la vida de Jesús – la Transfiguración. Jesús, ya cuando se acercaba
la hora del final de su ministerio terrenal, y su muerte en la cruz, invito a
tres de sus discípulos más cercanos (Pedro, Juan y Jacobo) a que subieran con
él a una montaña alta en la región. Como nos dice la Biblia, cuando ellos llegaron a la cima de la montaña, Jesús se
transfiguró delante de ellos – y les mostró su gloria divina. Nos dice Mateo que
el rostro de Jesús resplandeció como lo hace el sol; y su ropa se tornó blanca
como la luz.
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Lo que estos tres discípulos presenciaron fue algo como nada que ellos
antes hubieran presenciado. Ellos sabían que Jesús era un hombre muy especial. Pedro,
tan solo seis días antes había declarado que Jesús era el Cristo. Ellos le
habían visto hacer milagros, y retar las leyes naturales – pero esto era
diferente. Aquí no se trataba de una revelación de lo que Jesús podía hacer – sino sobre QUIEN JESUS ERA
– Jesús les mostró la esencia de su identidad como Dios, y les dio a probar a
estos tres hombres un poco de Su gloria, y del Reino de Dios.
Como si esto no fuera suficiente, Mateo nos añade, que junto a Jesús en
ese momento subliminal, también se presentó Moisés y Elías, dos figuras
centrales en la historia judía – Moisés, el dador de la ley, y Elías el profeta
mayor. El pobre Pedro, nos dice Mateo, lo más seguro confundido, y no
entendiendo lo que estaba pasando, le preguntó a Jesús si quería que ellos
prepararan un lugar para que ellos pudieran quedarse…cuando de repente, los arropó una nube de luz de la cual salió
una voz que les dijo a los tres discípulos: “Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido
con él. ¡Escúchenlo!»”
La reacción de los pobres discípulos no se hizo esperar – nos dice Mateo
que ellos “se postraron sobre su rostro,
aterrorizados.” Ante la presencia del Dios vivo, al escuchar la voz divina,
ante lo que Dios estaba haciendo en ese momento en sus vidas los discípulos– SINTIERON MIEDO.
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¿Les ha pasado alguna vez, qué Dios les muestra un poco más de su
gloria, les revela más claramente la esencia de Su Santidad; que Su presencia
los estremece; o que Dios dice y/o hace algo que les confunde – y ante el
misterio de Dios, SIENTEN MIEDO? (No reverencia, o asombro – sino miedo). Bueno, les confieso que mí me ha pasado. Ha
habido momentos en mi vida y en mi jornada de fe, donde la grandeza de Dios, de
Su presencia, de Su Palabra, de su hacer por medio del Espíritu Santo es tal,
que me derrumbo ante su Majestad, y en mi fragilidad humana, al igual que estos
tres discípulos, me “aterrorizo”, y siento miedo. Hay veces, cuando no entiendo
lo que Dios está haciendo, y me lleno de ansiedad, aun cuando sé que es Dios el
que está haciendo. Ha habido ocasiones donde Dios me ha llamado a cosas nuevas,
he inseguro de poder hacer lo que El me pide me invade el temor.
Pero no estamos solos/as, han sido muchos los que han sentido miedo ante
la grandeza de Dios. Le pasó a Moisés frente a la zarza ardiente. Ante el
llamado del Señor para que libertara al pueblo de manos del faraón. Le paso a
Elías, quien deseo morir, al no entender lo que Dios estaba haciendo en su
vida. Le pasó a David, quien aun cuando era el ungido de Dios para ser rey de
Israel, se encontró huyendo de sus enemigos. Le pasó al profeta Isaías – quien
ante la santidad de Dios se sintió
inmundo. Le pasó a José y María, cuando el ángel les anuncio el
nacimiento de Jesús. Le pasó a los discípulos en el monte Herón – Y NOS PASA A
NOSOTROS TAMBIEN. Ante la gloria de Dios, de su presencia, de su hacer –
SENTIMOS MIEDO.
ENTONCES, la
pregunta persiste ¿Qué hacemos cuando lo que nos produce miedo o temor es
resultado de algo que Dios hace en nuestras vidas? – Mis amados/as, CONFIAMOS
EN ÉL SEÑOR JESUS. Confiamos que el Dios que estuvo con
Moisés, con Elías, con David, con Isaías, con María y José y ha caminado con Su
pueblo a través de todos los tiempos – también
estará con nosotros/as.
Confiamos sabiendo, como declaró el profeta Isaías 55:8, que los
pensamientos de Dios son más altos que los nuestros. Confiamos, sabiendo, como
declaró el Apóstol Pablo (Ro12:2), que el propósito de Dios para nuestras vidas
es bueno, perfecto, y para bendición de nuestras vidas. Confiamos, aun en medio
de nuestra debilidad, porque todo lo podemos en Cristo que es nuestra fortaleza
(Fil 4:13), y sabemos que si nos cansamos el renovará nuestras energías (Isaías
40:31). Confiamos, sabiendo que nos ha sido dado el Espíritu Santo, como
garantía de la presencia de Cristo, y quien nos enseña y muestra el camino
hacia la voluntad de Dios. Confiamos, sabiendo que los planes de Dios para sus
hijos/as, son planes de bienestar, de esperanza y de futuro (Jer 29:11)
Confiamos, sabiendo que en medio de nuestros temores, todavía hoy
Jesucristo se acerca a nosotros/s en
toda su gloria y majestad, como lo hizo con sus discípulos en el monte Herón, nos toca, y con voz amorosa nos dice – LEVANTENSE Y NO TENGAN
MIEDO. Jesús, que se acerca para
recordarnos que no estamos solos/as en este caminar de fe. Nos toca, para sanar nuestras vidas, y nos habla para proveernos dirección y
renovar nuestra esperanza en El (solamente en El – nada más, nadie más).
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Si hoy hay temor en tu vida, permítele a Jesucristo acercarse, permítele
que te toque, y escucha sus palabras que te dicen: “Levántate, no tengas miedo
– mi paz sea contigo”. Y al escuchar esas palabras de amor y esperanza, alza tu
mirada, confiando que a quien veras hablando y ministrando a tu vida (como le
pasó a los tres discípulos en el monte
Herón) –será a Jesús.
“¡Al único Dios, nuestro Salvador, que puede guardarlos para que no
caigan, y establecerlos sin tacha y con gran alegría ante su gloriosa
presencia, sea la gloria, la majestad, el dominio y la autoridad, por medio de
Jesucristo nuestro Señor, antes de todos los siglos, ahora y para siempre!
Amén.” (Judas 1:24-25)
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