Lee, Colosenses3:1-4; 12-17 | Amar a nuestro
prójimo es crucial en nuestra experiencia de fe. Es una señal indiscutible de que estamos
creciendo en nuestro amor hacia Jesucristo. En ningún lugar en la Biblia se describe
a un buen discípulo de Jesucristo como alguien que puede orar elocuentemente, o
que se sabe la Biblia de memoria. No hay nada malo con nada de esto, es muy bueno,
pero no es lo que define nuestro discipulado.
Los/as
verdaderos/as discípulos de Jesucristo se conocen por su manera de vivir. Específicamente, por la forma en que AMAMOS
A DIOS y como nuestro amor por Dios nos lleva a AMAR A NUESTRO PROJIMO.
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Hoy, quisiera que
reflexionemos sobre una expresión de amor al prójimo muy especial e importante:
el
amor entre los/as hermanos/as de la familia de la fe; o como decimos los
metodistas “el Compañerismo Cristiano”.
Las relaciones
entre los cristianos es uno de los temas más prominentes en la segunda parte del
Nuevo Testamento, especialmente en las cartas pastorales del Apóstol Pablo a
las diferentes iglesias. Cuando leemos las cartas pastorales de Pablo, si
prestamos atención, nos podemos dar cuenta que una de las preocupaciones más
grandes del apóstol era las relaciones entre los cristianos/as y la unidad de
la Iglesia. En casi todas sus cartas, Pablo dedicó una buena parte de sus
escritos a exhortar a la Iglesia al amor fraternal. Y , cuando uno lee se puede
dar cuenta que éste era un asunto en el que casi todas las iglesias, de una
manera u otra, parecían tener problemas.
Y, ¿por qué las buenas relaciones entre los hermanos
de la Iglesia a veces son tan difíciles? Sencillo, porque los cristianos, aun cuando hemos sido
santificados en Jesucristo, no somos santos; aun cuando el amor de Jesucristo
es perfecto, nosotros/as todavía no lo somos. Aun cuando ya no somos esclavos
al pecado, todavía pecamos; aun cuando en Cristo somos UN SOLO CUERPO, no todos
somos iguales.
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Imagínense, en
cualquiera de nuestras iglesias hispanas, hay sobre XX países representados. Piensen
por un momento lo que esto implica. Diferentes culturas, diferentes
tradiciones, diferentes maneras de ver la vida; hasta diferentes maneras de
hablar. Diferentes crianzas; diferentes experiencias que nos han marcado de una
manera u otra. Y como si todo esto no hiciera nuestras relaciones complicadas,
también somos personas que cometemos errores, que tenemos malas costumbres, que
tenemos luchas, problemas, temores, dudas, preguntas y muchas limitaciones.
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Entonces, puede ser que algunos/as se pregunten: Pastor
Héctor, si hay tantas complicaciones en la iglesia, ¿cuál es la diferencia
entre la Iglesia y cualquier otro grupo social? ¿Qué tiene la iglesia de
especial? La respuesta a esta
pregunta es contundente: JESUCRISTO ES LA DIFERENCIA.
Jesucristo,
que como Pablo le dijo a los colosenses, nos ha redimido, nos ha libertado de
la esclavitud del pecado y nos ha introducido a una nueva vida: una vida de
perdón, donde hemos sido TODOS/AS reconciliados con nuestro Padre Celestial (vs.
1-3). Entonces, cuando estamos hablando del compañerismo cristiano, tenemos que
estar claros/as, que NO estamos hablando de una relación que se basa en los
fundamentos del mundo, sino en una vivencia que encuentra su principio y se sostiene
en el AMOR PERFECTO DE JESUCRISTO – que como Pablo nos enseña en Colosenses
3:14 “es el vínculo perfecto”.
Nuestra relación,
como cristianos, tiene que estar basada en el amor que hemos recibido de parte
de Dios en Cristo Jesús. Cualquier otra cosa, es frágil, pasajera, y tarde o
temprano se viene abajo. Cuando nuestras relaciones en la Iglesia se mantienen
unidas y fortalecidas en Cristo, todo es posible. Suceden cosas hermosas. Es
más fácil amar, más fácil perdonar, es posible creer que se puede vivir de una
manera más excelente, es posible esperar, y es posible perseverar.
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La palabra que
Pablo utilizó en Colosenses para referirse al “vínculo” en el amor de
Jesucristo, proviene del mismo término en griego que se utilizaba para
referirse a los ligamentos del cuerpo humano. Los ligamentos en nuestro cuerpo
son lo que mantiene todos nuestros músculos y huesos en su lugar. La unión de
los huesos y los músculos nos permite mantenernos de pie y caminar. Sin
ligamentos, nuestros cuerpos serían simplemente un montón de piezas separadas
que no harían ningún sentido.
De la misma
forma, el “ligamento”, el vínculo, nuestra
unión en Jesucristo, es lo que nos mantiene saludables, de pie, caminando hacia
adelante, juntos/as en las buenas y en las malas. En medio de nuestras alegrías
y tristezas. Cuando estamos de acuerdo y aun cuando tenemos diferencias de
pensamiento.
El vínculo
perfecto del amor de Jesucristo es lo que nos mueve a ser amables y bondadosos
los unos con los otros (v.12) Nos ayuda a crecer en paciencia. Nos lleva a
tolerarnos, a aceptarnos, y a perdonarnos cuando nos enojamos. El vínculo
perfecto del amor de Jesucristo es lo que nos abre a recibir con humildad de
corazón el consejo, y las palabras de exhortación, enseñanza y disciplina que
nos llegan de parte de Dios a través de nuestros/as hermanos/as (v.16).
El amor de
Jesucristo es lo que nos lleva a reaccionar de una manera diferente cuando nos
enfrentamos a la humanidad y la fragilidad de nuestro hermano. En vez de buscar
venganza o retribución, procuramos la paz (v.15). En vez de darnos por
vencidos, seguimos caminando juntos edificándonos los unos a los otros. No nos
damos por vencidos porque sabemos que DIOS NO SE HA DADO POR VENCIDO CON
NOSOTROS/AS.
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Finalmente, es
el amor de Jesús lo que nos mueve a hacer todo en nuestro diario vivir sabiendo
que lo que decimos y hacemos a nuestro prójimo, se lo hacemos también a Dios
(v.17). Si agradas a tu hermano, agradas a Dios, pero si ofendes a tu hermano –
también estás ofendiendo y entristeciendo a Dios.
No sé qué
sería de mí si yo no hubiera tenido el apoyo de mis hermanos de la fe hasta
este momento en mi vida. En la iglesia de Jesucristo yo encuentro aceptación,
amor, y afirmación. En la iglesia, a través de mis hermanos, recibo enseñanza,
corrección, y soy capacitado para vivir mi fe en Cristo Jesús. En la iglesia he
encontrado verdaderos amigos/as, no de esos que solo te quieren cuando todo
está bien, sino los que están contigo en todo momento. Amigos que me las cantan
como las ven cuando estoy mal, que me mantienen sobrio en mi opinión, y que más
que amigos son familia, no de sangre, sino en el Espíritu del Cristo Resucitado.
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Hoy, la
invitación es clara. El Espíritu Santo nos está exhortando, en este tiempo
donde la sociedad e incluso algunos sectores de la iglesia nos quieren dividir,
a: que como escogidos/as de Dios, santos y amados, nos revistamos del amor perfecto de Dios para que podamos cumplir
el mandato de Jesús de amarnos los unos a los otros, como El nos ha amado a
nosotros (Juan 13:34). – AMEN.
Amemosnos unos a otros como Dios nos ama y como esta escrita su palabra
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