Lea Santiago 1:19-25 | El coraje,
fuera de control y expresado como ira, se está manifestando destructivamente en
todas las esferas de la sociedad: en los hogares (matrimonios y crianza),
las escuelas (violencia y bullying),
los trabajos, la Iglesia, y hasta en las carreteras en una actividad tan
cotidiana como lo es manejar nuestros automóviles. Estadísticas recientes de la
Comisión de Seguridad en la Carretera, indican que en los últimos 5 años el
número de muertes relacionadas con altercados y reacciones violentas en las
carreteras en los EEUU ha aumentado en un 7% - casi 100 muertes más por año, producto
de peleas y altercados entre conductores.
El coraje, si
le permitimos que nos domine, puede tener consecuencias mortales. Cuando
el coraje se convierte en una reacción
repetitiva ante situaciones conflictivas es muy peligroso para nuestra salud integral. En lo que respecta a
nuestra salud física, el coraje aumenta los latidos del corazón
significativamente, lo que con el pasar del tiempo puede atrofiar el músculo
del corazón y provocar ataques masivos. También, inflama las venas que proveen
oxígeno al celebro, lo que resulta en falta de claridad y disminución en la
capacidad de tomar decisiones [por eso mucha gente cuando está molesta asegura
que no puede pensar bien], y también puede provocar derrames cerebrales e
hipertensión.
En la dimensión emocional, el coraje descontrolado afecta seriamente
nuestra habilidad de cultivar relaciones interpersonales saludables, pues a
nadie le gusta estar alrededor de gente gruñona, lo que lleva a las personas a
experimentar sentimientos de soledad aguda, incomprensión, y una compulsión
hacia la retribución y/o la venganza (violencia). Y, en el área espiritual, el
coraje expresado en ira, simplemente nos estanca – pues en la mayoría de las
ocasiones, nos conduce a quebrantar el mandato divino de amar a nuestro
prójimo, lo que se convierte en un gigantesco obstáculo en nuestra relación con
Dios.
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Saben, sentir
coraje en sí mismo, no es malo. La Biblia en ningún lugar nos
prohíbe sentir coraje, pues está es una emoción natural de nuestro sistema de
defensas a situaciones negativas o conflictivas. Por ejemplo, el coraje puede
ser un mensaje que nos alerta que estamos siendo lastimados/as, o que nuestros
derechos están siendo violentados, o que nuestras necesidades o deseos (a veces
caprichos) no están siendo atendidas. El coraje, también puede ser una reacción
a emociones negativas no resueltas, o a la frustración que sentimos cuando
nuestros valores y principios no son respetados. Ante la injusticia, el coraje
se manifiesta como indignación ante el atropello, y la discriminación.
El problema
no está en sentir coraje. Con lo que tenemos que tener mucho cuidado es con el COMO
reaccionamos al mismo. La Biblia, en el Salmo 4:4, nos exhorta
diciendo “si se enojan, NO PEQUEN”.
(Una tradición más antigua dice: airaos,
más no pequeies). El Apóstol Santiago [como escuchamos] (1:20) también nos
aconseja a que seamos lentos para enojarnos, pues la ira humana (que no es otra
cosa que actuar en coraje), [como nos dice Santiago] nos aparta de la clase de
vida que Dios quiere que vivamos, como discípulos/as de Jesucristo.
Manejar o
reaccionar incorrectamente al coraje es tóxico y muy dañino. Alguna
gente cuando están molestas, se tragan el coraje y lo acumulan en sus corazones
lo que abre espacio a la amargura, al
resentimiento, y al odio – que son como
una bomba de tiempo, que cuando explota…destruye. También, si no tenemos
cuidado, nuestro coraje se puede convertir en un arma de fuego con el que
atacamos a los demás, donde la mayoría de las veces terminamos haciéndole daño
a la gente que menos culpa tienen por la manera en que nos sentimos.
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Tenemos que pedirle al Espíritu Santo que moldee nuestro carácter, para
que sea más como el de Jesús, y podamos manejar el coraje saludablemente y de
una forma que honre a Dios en nuestras vidas. Como nos exhorta el Apóstol
Santiago (1:19), tenemos que pedirle al Señor nos ayude a ser lentos para
enojarnos y nos conceda el fruto espiritual del dominio propio para no actuar
en respuesta a nuestro coraje de maneras que sean negativas y pecaminosas.
Mis amados/as, ante el coraje, pidámosle al Señor, que nos conceda
dominio propio y que no permita que actuemos en ira – lo que es pecado. Eclesiastés
7:9, dice “No dejes que el enojo te haga
perder la cabeza, Solo en el pecho de los necios halla lugar el enojo”. Ante
el coraje, cuenta hasta diez (y hasta veinte si es necesario), y pídele al
Señor, que refrene tu boca para que no digas cosas que hieran y que pueden
tener consecuencias negativas mayores en tu vida. Pasa tanto, que por no saber
guardar silencio o por hablar airados hacemos que las cosas empeoren. Por eso,
en Proverbios 15:1, se nos recuerda que “la
respuesta amable calma la ira; más la respuesta grosera aumenta el enojo”.
Cuando surjan situaciones difíciles, que nos den coraje, pidamos la
fortaleza del Espíritu Santo, para que con sabiduría y en humildad, podamos
atender la situación con prontitud para procurar reconciliación. La Biblia nos
lo enseña en Efesios 4:26-27 cuando se nos dice “si se enojan no pequen. No dejen que el sol se ponga estando aún
enojados, ni den cabida al diablo”. Y Jesús mismo no los enseño cuando dijo
que si tenemos algún problema en contra de un hermano, que procuremos la
reconciliación antes de presentar nuestra ofrenda (Mateo 5:23-26).
Y al final del día, tenemos que mirar al ejemplo supremo de Dios,
expresado a nosotros/as en Jesucristo – quien ante Su coraje/ y la ira por el
pecado del pueblo (la humanidad): reaccionó, no con violencia y destrucción,
sino con misericordia, a través del perdón. La justicia de Dios no se manifestó
en nosotros/as en venganza, retribución ni castigo – sino en misericordia a
través del perdón, que fue el puente que abrió camino a la posibilidad de
nuestra reconciliación con Dios, y con nuestro prójimo, en Cristo Jesús.
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Imagina por un momento lo diferente que sería el mundo (tu mundo); tu
hogar, tu trabajo, tus relaciones cotidianas, si en el poder del Espíritu
Santo, resistieras la tentación de actuar airadamente ante el coraje, y
pudieras reaccionar a las situaciones difíciles con dominio propio, sabiduría,
y un espíritu misericordioso. El mundo…tu mundo…nuestro mundo sería muy
diferente. Se parecería más al mundo que Dios soñó, cuando lo creo.
Es mi oración, que con la ayuda del Espíritu Santo, resistamos la
tentación de vivir dominados/as por el coraje y la ira, y podamos desarrollar
las virtudes del perdón, la misericordia y el dominio propio – para bendición
de nuestras vidas, y para honra y gloria del nombre de nuestro Salvador. AMEN
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