¿Alguna
vez les ha pasado que se les pierde algo muy importante y lo buscan sin éxito para
luego darse cuenta que ha estado a plena vista todo el tiempo? A mí me ha pasado muchas veces. De hecho, soy
experto perdiendo mis llaves. Los otros días tenía que asistir a una reunión
muy importante, y ya cuando iba a salir de la casa no podía encontrar las
llaves del auto. Oigan, cinco minutos buscando me parecieron una eternidad. Yo
busque en todos lados. Y cuando ya me iba a dar por vencido, e iba a llamar
para cancelar la cita, “puff”, ahí estaban las llaves – frente a mis narices,
sobre la mesa del comedor, debajo de mi maletín, exactamente donde yo las había
puesto.
Saben, esto no es algo que solo nos pasa en asuntos
cotidianos. También es una realidad, que muchas veces, experimentamos en
nuestra vida espiritual. ¿Alguna vez se les ha perdido Jesús? ¿Alguna
vez han sentido como que por más que buscan al Señor, no lo pueden encontrar?
Algo parecido le estaba ocurriendo a los dos
discípulos en el relato bíblico en Lucas 24:13–35. Como nos dice el Apóstol, en
el mismo día que Jesús había resucitado, dos de sus seguidores, muy tristes con
los acontecimientos de la muerte de su Maestro, iban camino a un pueblo llamado
Emaús, hablando y discutiendo sobre todo lo que había ocurrido. Como si la
noticia de la muerte de Jesús no fuera suficiente, ahora unas mujeres andaban
diciendo que la tumba donde había enterrado a Jesús estaba vacía, que Jesús
había resucitado y que ellas lo había visto. Los más seguro también ellos
habían escuchado sobre como Pedro, al escuchar el anuncio de las mujeres,
corrió a la tumba, para encontrarla vacía, pero sin señales de Jesús. La muerte
de Jesús, no solo representaba la pérdida de una persona muy apreciada y
respetada para sus discípulos – todo esto era simplemente demasiado para
procesar. Con la muerte de Jesús, también morían las esperanzas de libertad de
todo un pueblo, que lo más seguro ahora estaba pensando que Dios se había
olvidado de ellos – que los había abandonado.
Nos dice Lucas que mientras los dos discípulos caminaban
rumbo a Emaús, Jesús mismo se les apareció, y se unió a su conversación – pero
ellos no le pudieron reconocer. No, porque no pudieran ver, sino porque su
tristeza y desilusión les cegaron a la presencia de Dios en ese momento. Tal
como nos pasa muchas veces a nosotros/as, que en medio de las situaciones
difíciles en nuestra vida, aun cuando Dios está, no lo podemos reconocer ni
sentir, y parecido a estos dos hombres, nosotros también nos llenamos de
tristeza y desilusión, y nuestra fe se debilita.
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Jesús, luego de escuchar las explicaciones de los
discípulos, del porqué de su tristeza, (y luego de un pequeño regaño), les
compartió todo lo que las Escrituras decían sobre el Mesías, y como el debería
sufrir antes de entrar en Su gloria, tratando de aclarar su visión espiritual. Cuando
ya se acercaban al pueblo de Emaús, cuando Jesús se despidió de ellos, los dos
discípulos, le pidieron (aun no sabiendo quien Él era), que se quedara y cenara
con ellos. Y, fue allí, en la intimidad y la cercanía de la mesa, mientras
compartían pan, que nos dice la Biblia, que los ojos de estos dos hombres se
abrieron a la realidad, de que aquel que estaba sentado en la mesa con ellos,
era nada más y nada menos que Jesús, el Cristo Resucitado.
Jesucristo, El que ellos creían muerto, el que nadie
parecía poder encontrar – había estado junto a ellos durante toda su jornada
camino a Emaús. A diferencia de lo que ellos habían pensado, Jesús nunca los
había abandonado. Él siempre estuvo a su lado, y les guio amorosamente hasta
que le pudieron reconocer una vez más en sus vidas. Y cuando le reconocieron, su
fe se reavivó (y su esperanza volvió a nacer) y sin esperar un segundo, como
nos dice Lucas, ellos se regresaron a Jerusalén y le dijeron a todos: “ES CIERTO – Jesucristo ha resucitado.”
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Ante la pregunta de “¿dónde está Jesús?” en medio de
nuestras luchas cotidianas – espero que la experiencia de estos dos hombres nos
recuerde que el Señor está siempre a nuestro lado en nuestro caminar por
esta vida. Aun en esos momentos que no lo podemos ver. Aun en esos momentos
que no le podemos sentir. Aun en estos momentos que no podemos hacer sentido de
lo que estamos viviendo – Jesús, todavía hoy, camina con nosotros/as, animando
nuestra fe, y abriendo nuestros ojos a la grandeza del amor de Dios y su
fidelidad en nuestras vidas.
Todavía hoy, Jesús se nos presenta en el camino, e
ilumina nuestro sendero por medio de la Biblia. El salmista muy bien (119:105)
dijo: “Tu palabra es una lámpara a mis
pies; es una luz en mi sendero.” Todavía hoy, Jesús se nos presenta en el
camino, por medio del Espíritu Santo, que nos guía y nos da la fortaleza para
enfrentarnos a la vida en la victoria de Cristo. Jesús, todavía se nos presenta
por medio de la oración. Cuando hablamos con Jesús, lo hacemos sabiendo que El
nos escucha, y si prestamos atención, escuchamos también su voz.
Todavía hoy, Jesús se nos presenta en el camino, por
medio de los sacramentos, dones de gracia que hacen visibles para nosotros la
realidad indiscutible de la presencia de Dios en nuestras vidas. Cada vez que
bautizamos a una persona (niño o adulto), podemos ver a Jesús, compartiendo su
gracia, de una manera nueva y refrescante. Cada vez que participamos de la
mesa, podemos ver a Jesús, quien nos invita, y nutre nuestra fe, cuando
recordamos su amor sacrificial en la cruz del calvario. (PAUSA)
Todavía hoy, Jesús se nos presenta en el camino, por
medio de la comunidad redentora, que es la Iglesia. Cada uno de nosotros,
podemos ser un reflejo de Jesús. La pasión con la que amamos a Dios, y la
sinceridad con la que amamos y servimos a nuestro prójimo, revelan a Cristo,
aquí en la Iglesia, y todavía más importante, en nuestro diario vivir.
Todavía hoy, Jesús se nos presenta en el camino, en
medio de nuestro sufrimiento. El es la paz, en medio de nuestras tormentas.
Nuestro refugio en el día malo. Nuestro consuelo, en medio de la tristeza.
Nuestra sabiduría, en medio de la confusión. Nuestra provisión, cuando algo que
es necesario nos falta.
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La pregunta en este día no es “si Jesús está”- porque
Cristo siempre está a nuestro lado. La pregunta es, si nuestros ojos están
abiertos para verle caminando con nosotros/as, y guiándonos por el camino que
conduce a la bendición. Cuando podemos ver a Jesús, y reconocerle, al igual que
le pasó a estos dos discípulos que iban camino a Emaús, nuestras vidas se
llenan de la certeza que nos lleva a proclamar en todo momento, no importando
lo que estemos pasando: ES CIERTO – Jesucristo ha Resucitado.
Hoy, hay dos invitaciones sencillas – pero que
pueden cambiar tu vida para siempre.
LA PRIMERA ES que si hoy te encuentras, parecido a
los discípulos de los que nos habla Lucas, caminando cabizbajo rumbo a Emaús, con
tu fe debilitada, a que le pidas al Espíritu Santo que te revele a Cristo –
para que puedas regresar a tu Jerusalén (a tu vida cotidiana), con tu fe
renovada, y puedas proclamar la resurrección de Jesucristo en tu vida.
Y LA SEGUNDA, que si tu fe está fuerte, te asegures que
en amor, caminas junto aquellas personas que todavía hoy no pueden ver a Jesús,
y les compartes las buenas nuevas del evangelio de palabras y hechos tangibles,
que les ayuden a ver y encontrar, al que siempre ha estado a su lado.
¿Dónde está Jesús? Caminando con nosotros/as.
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