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Adviento - ¿Qué debemos hacer?

Lee en la Biblia: Sofonías 3:14-20 | Lucas 3:7-18

¿Cuántos de pequeños, sus padres le castigaron fuertemente por algo malo que ustedes hayan hecho? Estar castigado, era algo que, confieso, experimenté más de lo que me siento orgulloso de compartir – yo no era malo, pero si muy travieso.

Y si creativo era yo metiéndome en problemas, más creativos eran mis padres con los castigos que me imponían por mis infracciones. Desde una semana sin ver TV, pintar todas las macetas de las plantas de mi mamá con un cepillo de dientes (que eran muchas), hasta caminar de rodillas por toda la casa.

Unas semanas atrás, mi hijo Marcos, experimentó mi creatividad al momento de imponer un castigo.

Resulta que a media tarde recibí un mensaje electrónico de una de sus maestras en la escuela, que Marcos estaba demasiado hiperactivo en el salón de clases.

A mí nunca me han molestado mucho este tipo de quejas de los maestros de mis hijos – las he recibido para todos ellos (ladrón juzga por su condición – yo llegaba a mi casa con una por lo menos 3 veces todas las semanas). El problema fue que cuando la maestra le pidió que se sentará y se estuviera tranquilo – el niño le contestó para atrás a la maestra (nada horrible). Pero, eso para mí – ES INACEPTABLE. Los maestros se respetan.

Cuando Marcos llegó a la casa esa tarde, inmediatamente se dio cuenta que yo estaba molesto. Yo le di a leer el mensaje de la maestra, el cual el trató, sin éxito, de explicar con su versión de los hechos (que más que ayudarle, lo hizo peor). Mi respuesta a sus argumentos fue clásica – ESTAS CASTIGADO. Su respuesta, un poco retante, fue “OK, estoy castigado”. El dijo eso tal vez pensando que no podría salir a jugar con sus amigos por unos días en la calle o no ver TV, y ya.

Pero todo cambió cuando papá anunció el castigo: “Me das el teléfono celular y me buscas el control del Play Station – no hay juegos de videos ni teléfono por una semana”. El peso de la condena le cayó al muchacho. Se tiró a morirse a la cama. Se enrolló en la sabana. Cerró todas las cortinas. Se negaba a dirigirme la palabra. Y a cada rato se escuchaban los lamentos por toda la casa. (Imagínense – una semana sin celular, que crueldad).

Fue una noche larga, yo me sentía muy triste por tener que imponer el castigo. Pero sabía que tenía que hacerlo por su propio bien. Y por más que nos dolió el veredicto y castigo permanecieron. Cuando llegó el día de levantar el castigo, Marcos, habiendo sufrido a muerte sin su teléfono y Play Station, me preguntó “que tengo que hacer para que esto no vuelva a pasar”. Pregunta, que provocó una conversación muy positiva y un momento hermoso de reconciliación. El pidió perdón por su comportamiento y prometió que no volvería a pasar. Ya no había condena ni castigo. La alegría regreso al niño. Yo lo abracé. Lo besé (y el besó al teléfono). Jugamos lucha libre (el ganó). Y hasta el día de hoy – no han llegado más notas.
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En el libro del profeta Sofonías, nos encontramos con un relato parecido a la experiencia con mi hijo. Los israelitas se habían portado muy mal, y el juicio y castigo de Dios estaba sobre ellos, ya por muchos años. Sus líderes espirituales se habían corrompido. La reverencia en los rituales religiosos se había perdido. El amor y preocupación por los pobres había desaparecido. El respeto a las leyes de Jehová no existía”. El castigo de Dios fue fuerte. Había pobreza. Miseria. Las naciones vecinas oprimían a los israelitas.

Pero, como nos dice la Biblia, Dios, en su debido tiempo, en su misericordia, levantó el castigo que le había impuesto a Su pueblo. El profeta Sofonías proclamó de parte de Dios, las buenas noticias de perdón y liberación: “¡Lanza gritos de alegría, hija de Sión! ¡da gritos de victoria, Israel! ¡Regocíjate y alégrate de todo corazón, hija de Jerusalén! El Señor te ha levantado el castigo, ha puesto en retirada a tus enemigos.”

Ya no habría tristeza. La pobreza terminaría. La opresión se acabaría. El Señor les concedió una nueva oportunidad de vivir en Su plenitud. Una nueva oportunidad para hacer las cosas bien – como Dios manda. Pero, tristemente, y para hacerles una historia larga corta, el pueblo de Israel volvió a revelarse contra Dios - de hecho lo hizo muchas veces.

Pero la misericordia de Dios no se acabó. Pueblo – la misericordia de Dios NO SE HA ACABADO. Aleluya. Es más, en vez de acabarse, la misericordia de Dios para su pueblo se acrecentó. Se extendió al punto, que nos envió a Jesucristo para que nos enseñara y modelara el Reino de Dios. Se acrecentó en Jesús, quien tomo nuestro lugar y satisfago la justica de Dios. Jesús, gracias a quien nuestra condena, nuestro castigo, nuestra culpa han sido levantadas. Jesús, quien preparó el camino para que a nosotros nos sea posible experimentar la plenitud del Padre y vivir en la abundancia de nuestro Creador por medio del Espíritu Santo.
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¿Qué hacemos en respuesta a este gran amor? Que hacemos con está misericordia maravillosa. Qué hacemos con este perdón. ¿Con esta oportunidad y promesa de vida plena y abundante en Jesús?

El texto en el evangelio de Lucas nos ayuda a contestar esta pregunta tan importante.

El profeta Juan el Bautista, antes de que comenzara el ministerio terrenal de Jesús, fue enviado por Dios a preparar el camino. A anunciar las buenas nuevas. El evangelio de arrepentimiento. Y dice la Biblia, la gente le prestaba atención y con gran emoción respondían a su mensaje preguntando, “Juan, ¿qué debemos hacer para ser partícipes de estas buenas nuevas?

Las respuestas de Juan el Bautista fueron muy diferentes a lo que escuchamos hoy en día en muchas iglesias. “Ora, lee la Biblia. Vístete así o asaó. Ven a la iglesia todos los días. No te juntes con fulano o mengano, envía tu ofrendita y todo estará bien”. Y, no me malinterpreten, todo esto es importante en nuestro caminar de fe. Tenemos que orar, tenemos que diligentemente estudiar la Biblia, tenemos que honrar a Dios y rendirle adoración pública y siempre dar lo primero y mejor. Pero esta gran salvación que nos ha sido dada en Jesucristo no es para que solo para que leamos la Biblia y no las pasemos orando y cantando corritos.

A la pregunta de que la gente debía hacer en respuesta al mensaje de salvación en Jesucristo, Juan les contestó: PRODUZCAN FRUTOS QUE DEMUESTREN SU ARREPPENTIMEINTO – Alaba
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¿Qué debemos hacer? “El que tiene dos camisas, comparta con el que no tiene. El que tiene comida, haga lo mismo. No cobren más de lo que es debido. No extorsiones ni hagan denuncias falsas. Confórmense con lo que les pagan.”

El mensaje de Juan era tan radical, tan diferente, tan transformador que la gente hasta llegó a preguntarse si él era el Cristo prometido. Pero, como el mismo les aclaró, el no era el Cristo – a el tan solo le había tocado el privilegio de preparar el camino a aquel, que era mucho más poderoso que el. Juan anunciaba las buenas nuevas, pero el que habría de venir – ESE, JESUS, EL ERA LAS BUENAS NUEVAS.
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La pregunta de los que escucharon a Juan el Bautista persiste todavía hoy, y es una que constantemente nos debemos hacer como seguidores del Cristo.

¿Qué hacemos? Que hacemos con este amor, con este perdón, con esta promesa de vida plena y abundante. La respuesta es clara: Debemos producir buenos frutos que demuestren la transformación que Dios está haciendo en nuestras vidas.

Mi hijo Marcos. Ha mejorado su comportamiento. Sus notas han mejorado. En la casa, nos ayuda más. Su cuarto, ya no parece una zona de desastre. Si, todavía de vez en cuando hace un berrinche, pero, realmente hemos notado un cambio positivo en su comportamiento.

¿Y qué de nosotros? ¿Qué le estamos ofreciendo a Jesús en respuesta por su gran amor?

¿Religiosidad hueca, santurronería intransigente (que juzga, que condena, que separa), excusas, muchos aleluyas y gloria a Dios, emociones momentáneas, apariencia de cristiandad de fin de semana, las sobras de…?

Escuchen con alegría: “¡Lanza gritos de alegría! ¡da gritos de victoria. Regocíjate y alégrate de todo corazón. El Señor te ha levantado el castigo, ha puesto en retirada a tus enemigos.”

Y porque el Señor ha sido tan bueno contigo (con nosotros/as). Pídele en este día al Espíritu Santo, que te ayude a expresar tu amor y gratitud con frutos que den testimonio de la vida de Cristo en ti. Que te preocupe menos el que la gente piense que te sabes la Biblia de memoria y que oras bonito, y procures que la luz de Cristo brille en y a través de ti.
En tu hogar, con tu pareja. Con tus hijos. En el trabajo. En la comunidad.

Los tiempos que vivimos son difíciles. La injusticia está rampante. Nuestros líderes dicen y hacen cosas sumamente cuestionables. La indiferencia de la gente (y muchas veces hasta del pueblo de Dios) al sufrimiento ajeno es lamentable. Y ante todas estas realidades, el Señor, nos pregunta – que van a hacer con el amor que les he compartido.

En esta temporada de Adviento, en la Navidad y TODOS LOS DIAS, demos lo mejor de nosotros a Dios - esa es la mejor respuesta de amor y gratitud que podemos ofrecer a Jesús.  No hagamos lo que sabemos es malo ante los ojos de Dios. Hagamos el bien que sabemos Dios nos está llamando a hacer. Seamos LUZ, de palabras y de HECHOS, para que otros puedan encontrar el camino a casa con Jesús, y experimentar Su amor, perdón y plenitud.

Es tiempo de Adviento. Regocijémonos Y Preparemos el Camino al Señor.


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